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miércoles, 19 de junio de 2013

Se confirmó el martes. Si nada se tuerce, este año vuelvo al paraíso lector de Almería. La noticia me cayó como una bengala en una cueva, iluminó incluso esta mierda de clima, no os cuento ya mi moral. Se lo había anunciado a mi contrario: si podemos, este año nos vamos a un desierto. Sí, quiero dunas, peluchones del oeste, moscas que se achicharran y pies que se totorran, todo en su jugo. Fondant. Y ha podido ser. He ahí el aliciente que me empuja a moverme hasta el coche, ir a currar, coche y volver, en bucle, hasta el 30 de junio. Deadline. A partir de ahí el mes de vacaciones toma otra perspectiva, ya que amenazan con robarnos también el verano y condenarnos a un invierno de 365 días, o más; al menos sé que en algún momento llegaré a estar a secano. Estoy por colgarme en un tendedero al sol con dos pinzas en cuanto llegue y deshidratarme un buen rato. Así, por hacer deporte. Quizás oiga grillos a la noche en vez de chapoteos y cambie el verde clorofílico por las casas encaladas y quizás acabe disolviéndome en libros como quien desaparece, suavemente, en bancos de arena fina. Literatura de erosión seca. En su punto para Deborah(r).


1 comentarios:

Sonia Aguirre Duque 23/6/13, 13:50  

No te conozco pero sí al tipo de felicidad de la que hablas, soy de veraneo en Cabo de Gata: libros, desierto, nevera y playa.

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