Canción de Navidad

domingo, 18 de diciembre de 2011

Lo tuve en las manos y quise llevármelo. Tengo debilidad por la Canción de Navidad de Dickens, de quien no he leído absolutamente ninguna de sus obras maestras y "mayores". Ya tardamos, lo sé, pero los dramones decimonónicos los tengo prohibidos por el médico. Lo de ayer fue un flechazo, una edición en tapa dura con ilustraciones para desbabarse, con un detalle de acebo o una piña nevada coronando cada texto. En dos segundos hasta me ví tumbada en la cama de mi hijo, leyéndoselo con voz impostada de malo-malísimo para Scrooge y fría-gélida para los espíritus. Tremendo peliculón que me monté en el pasillo de literatura infantil yo solita. Pero veinticinco euros son muchos si no sabes dónde estarás el uno de enero. 

Encuentro lo que quería bajo el atinado epígrafe "Descripciones antológicas". Ahí va el maestro: 

Pero Scrooge era atrozmente tacaño, avaro, cruel, desalmado, miserable, codicioso, incorregible, duro y esquinado como el pedernal, pero del cual ningún eslabón había arrancado nunca una chispa generosa; secreta, retraída y solitaria como una ostra. El frío de su interior le helaba las viejas facciones, le amorataba la nariz afilada, le arrugaba las mejillas, le entorpecía la marcha, le enrojecía los ojos, le ponía azules los delgados labios; hablaba astutamente y con voz áspera. Fría escarcha cubría su cabeza y sus cejas y su barba de alambre. Siempre llevaba consigo su temperatura bajo cero; helaba su despacho en los días caniculares y no lo templaba ni un grado en Navidad.



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