Artificio

miércoles, 23 de febrero de 2011

La primera impresión fue la de estar ante una virguería. Nótese que recuerdo perfectamente el día en el que una compañera de cole invitó a media clase a ver cómo era su reproductor de vídeo VHS. Del armatoste aquel con cintas gigantes al bicho éste con dos diccionarios integrados, "tinta electrónica" -casi nada-, cambio de letra y tamaño, wi-fi, y hasta una linternica en la esquina, ha llovido un rato. No tengo ni idea de cuántos textos caben en ese trozo de plástico. Si lo pienso, me mareo y no lo entiendo. Después he pasado por sucesivas fases alternas de pánico y placidez. El miedo me entraba por pensar, con el artefacto en la mano, que los libros en papel podrían realmente desaparecer, como ocurrió con las cintas de casette. La tranquilidad venía del peso la historia.  Y de que morir, unos cuantos moriremos con las botas puestas y, a poder ser, con los libros cerca. En la cabecera de la cama, en la mesilla, no más lejos. Sigo pendulando entre dos aguas. Dedico unos minutos al aparato con enchufe, luego lo dejo "durmiendo", tal y como dicen sus instrucciones, y abro el libro de mil páginas que tomé prestado en la biblioteca. Todavía necesito las texturas, los olores, las grafías. Entre unos y otros me tienen en pleno biblio-atasco, con la cocina sin barrer, Franzen y Auster a la cabeza. Algunas cosas nuncan cambian.



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