Así no hay quien lea

domingo, 24 de noviembre de 2013

Como me repito más que los pimientos con ajo voy a ejercer de mosca cojonera y suelto una vez más que en épocas de estrés laboral desatado no puedo leer. Son quince días currando hasta los fines de  semana, todo sea por la causa, pero así no puedo. Para leer necesito desconectar las tropecientas áreas cerebrales que están activadas al acecho de horarios, alarmas del móvil, curro, niño, compra, vacuna de la gripe y todo lo que se tercie para dejar encendida únicamente la neurona de la lectura. Necesito esa mínima paz y la expectativa de abrir un libro y no tener hora de cierre. Y aunque estas dos últimas semanas he probado el "aquí te pillo, aquí te mato" arrastrando un libro por todos lados, intentando arrancar 20 minutos de evasión mientras espero en el coche aparcada frente a un colegio o polideportivo, la lectura interruptus no es para mí. Llevo una semana con un libro de tres adolescentes que agonizan, existencialmente hablando, en el ejército de Israel y no hay forma de darle la puntilla. El próximo acueducto foral -del 29 de noviembre al 3 de diciembre, ambos inclusive- pienso dedicarme a, entre otras cosas, tocarme las narices a dos manos, acabar el de Boianjiu y fusilarme el último de McCarthy. Alias Gure Cormac. Ese cuyo ejemplar tengo en la mesa de la cocina, centro neurálgico de la casa, y el cual miro, toco y sobeteo cada vez que paso por delante. El lunes toma otro cariz teniendo ese objetivo, no me digáis que no.


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