El síndrome de Nueva York

domingo, 2 de junio de 2013

Dicen que han sido 27/31 días de mayo lloviendo, pero la sensación térmica es de cuarenta días con sus cuarenta noches lloviendo por cada rato de sol. La misma sensación de querer quemar contenedores, para entrar en calor, digo. Los indicadores internos de la escabechina acuosa son: ni una pastilla para la alergia al polen ¿qué polen? ingerida en 2013, ni un chute de inhalador, el rododendro ahogado, -y mira que aguantan nevadas estos bichos-, las ruedas de invierno todavía puestas, nieve en mayo, la ropa de verano en una caja, "mamá, dice el tutor que para la excursión a Donosti no hace falta el protector solar, ¿me puedo llevar los guantes?"; acumulación de mañanas en las que quieres quedarte a vivir en la cama cual personaje de Sue Townsend y -sobre todo- un incremento inusual de libros leídos en lo que llevamos de año. Pero han aparecido síntomas de algo más gordo, hemos parido un síndrome que, a diferencia del de Estocolmo, provoca fantasías extremas de evasión. Los últimos sábados en Mordor acabamos yéndonos a Nueva York. Miramos vuelos imposibles de pagar, solucionamos papeleos y para la cuarta copa ya estamos aterrizando en el JFK. A la mañana siguiente es cuando vuelves a ver el cielo encapotado y tú, que jamás habías querido cruzar el charco, vas y tarareas a Frank sin darte cuenta mientras limpias la encimera de la cocina. Y en tu cabeza, hasta escuchas las trompetas. 



2 comentarios:

Manel 4/6/13, 5:02  

Me tengo que confesar sufridor de este síndrome, sin duda. Y el único remedio que he sabido encontrarle pasa por 8 horas de avión. Besos.

Deborahlibros 4/6/13, 10:33  

8 horicas... Ay...

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