Censúrame

martes, 27 de diciembre de 2011

Que la censura existe espero no tener que justificarlo, valga como prueba que la segunda etiqueta que tuve que crear para ordenar los contenidos de este blog fue esa y la tercera "prohibido prohibir", por darle un toque sesentero, vamos. Vaya si está en forma, campa por sus fueros hasta en mi casa, donde se me censuró el amago de encenderme un cigarrillo en Nochebuena, pero esa es otra historia. El ámbito de la literatura es el reino de las ideas y ahí todo hijo de vecino ha usado los libros como arma de destrucción intelectual masiva; desde que el mundo es esférico, más o menos. Todo depende de quién dirija la orquesta en cada momento. Orwell fue censurado, como Wilde, como Machado y como Fortunata y Jacinta en mi primer año de carrera en la facultad del Opus Dei "una obra que no debe ser abordada sin una adecuada guía" (catedrático dixit). El libro se abordó en cuarto, no en primero, una vez que (tras)pasamos los tres años obligatorios de la asignatura de Teología y podíamos enfrentarnos a un triángulo amoroso sin riesgo alguno para nuestras almas. Por definición estoy en contra de cualquier tipo de censura ya que el problema no suele estar en los libros sino en las cabezas que los leen. Claro que me molesta, me molesta ver en la mayor cadena de distribución del país un libro en el que se dice que la homosexualidad es una enfermedad que se puede curar. Pero me aguanto. Ese libro debe llevar años editado y aquí no ha pasado nada, para escandalizarse habría que empezar por repasar todas las publicaciones del Vaticano S.A. Otra cosa es la mala leche y el marketing torticero: si amurallan esos grandes almacenes con pilas de libros que llaman -un suponer- a la violencia de género justo la semana antes de Reyes están pidiendo a gritos polémica, censura, que mi hermana y yo acabemos detenidas por vandalismo o... publicidad gratuita. Que también. Una vez trabajando en una librería, ejemplo típico de manual, me pidieron Mein Kampf y no lo teníamos. ¿Casualidad?. Consulté el ISBN y ví que tenía que hacer de Indiana Jones para conseguir un ejemplar de una editorial llamada -me lo invento- Legionarios de la gamada y olé. Pues ya lo siento, dije; no me pagan tanto como para llamar a un nazi de Valencia y perder media mañana para que tú flipes leyendo esa mierda... pensé. No teníamos el libro, pero da vértigo comprobar qué fácil y qué rápido se puede censurar... y qué difícil es mantener ciertos principios. 

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